Pregón de las fiestas del Bollo 2021, a cargo de la pianista avilesina Noelia Rodiles

Pregón de las fiestas del Bollo 2021, a cargo de la pianista avilesina Noelia Rodiles
Your Town Hall
Pregón de las fiestas del Bollo 2021, a cargo de la pianista avilesina Noelia Rodiles
06 abr. 2021

¡Bonos díes, avilesinos y avilesines!

Es realmente emocionante volver hoy a Avilés, mi ciudad, como pregonera de estas fiestas de “El Bollo” tan especiales. Y es que, como casi todas las experiencias importantes en la vida, que sólo se comprenden plenamente cuando uno las ha vivido en su propia piel, sólo quien ha tenido que buscar futuros lejos de su patria querida y vuelve a ella sintiéndose tan apreciada puede llegar a entender la emoción que ahora a mí me embarga.

Así pues muchísimas gracias al Ayuntamiento de Avilés por pensar en mí para este acto. Gracias Excelentísima Alcaldesa, Concejala de Cultura y Festejos y demás miembros de la Corporación Municipal y autoridades.

En descargo del ayuntamiento y en el mío propio os tengo que advertir de antemano de que a mí se da mucho mejor hablar con los dedos que con la lengua. Por lo tanto, todo aquello que no fuera capaz de transmitiros con palabras os lo voy a intentar contar con melodías, tocando al final de este acto la maravillosa Rapsodia asturiana del también avilesino Benjamín Orbón, el padre de nuestro gran compositor Julián Orbón.

Aunque por circunstancias familiares nací en Oviedo –¡nadie es perfecto!- de muy pequeña nos vinimos a vivir a Avilés. Guardo muy buenos recuerdos de esos primeros años en el colegio Quirinal. Recuerdos sencillos e íntimos, como ese bocadillo para merendar después de clase que nos parecía un manjar celestial o el simple gesto de ir cogida de la mano de mis güelos Tina y Pepe a todas las actividades de la tarde, ¡que no eran pocas!: inglés, danza, baloncesto, pintura… ¡y música!

Y es que nuestros padres Amaro y Pergen querían ofrecernos a mi hermana Raquel y a mí una educación moderna, completa y variada. Por eso nuestras tardes eran frenéticas en actividades extraescolares. Pronto se vio que, aunque el inglés y la danza me gustaban, no me convertiría en la primera bailarina del Bolshoi, y que pintarrajeando cuadros no me ganaría la vida. Pero con la música, a pesar de que Casielles le pedía a mi hermana que me echara un cable con el solfeo, parecía que empezaba a apuntar maneras…

Como tantas otras vocaciones y pasiones nacidas de una proverbial casualidad, yo empecé a estudiar en el Conservatorio Julián Orbón casi por azar. Ni mis padres ni yo podíamos sospechar que el día en que pisé por primera vez nuestro querido Conservatorio, ese pequeño paso iba a cambiar mi vida para siempre. Un mundo fascinante se abrió dentro de mí, atrapándome desde el primer momento.

Recuerdo las estimulantes clases de piano con Ana Serrano, las horas de coro y orquesta con José María Martínez, las clases de música de cámara con Alexander Osokin y esos primeros años de clases de solfeo, que para muchos alumnos pueden ser un auténtico suplicio, pero que para los afortunados que estábamos en el conservatorio de Avilés eran clases en las que aprendíamos, nos divertíamos y admirábamos a quien era nuestro maestro: Gonzalo Casielles.

Todavía recuerdo con mucha claridad los ojos como platos que se le abrían a mi yo de ocho años cuando, estando en clase de solfeo, sonaba un claxon y Gonzalo bajaba lentamente de su silla alta, se acercaba con una sonrisa al piano y tocaba exactamente la nota que acababa de producir ese coche. ¡Para mí era pura magia!

Esto es sólo una entrañable anécdota pero, con el tiempo, todos los que hemos estudiado con Gonzalo hemos ido tomando consciencia de lo privilegiados que fuimos de tener en Avilés a un profesor como él. Por eso, me hace especial ilusión que el acto de hoy esté dedicado a su memoria. Muchos músicos estamos en deuda con él, y no se me ocurre mejor manera de homenajearle que con música.

Lo que ha pasado y pasa en el Conservatorio de Avilés desde hace años podría ser calificado de auténtico milagro si no fuera porque ahí no hubo ninguna intervención sobrenatural. Lo que hubo fue la apuesta de una institución bien terrenal como es el ayuntamiento y el esfuerzo de personas de carne y hueso con nombres y apellidos. Y muy en concreto de una persona: Chema Martínez. Fue él quien, en los años ochenta, supo atraer al conservatorio a los mejores profesionales que había en ese momento en Asturias.

Me resultaría imposible enumerar la cantidad de veces que Chema me ayudó (y me sigue ayudando) a enfocar mis pasos en el mundo de la música. Con él fui a mi primera audición para tocar con la OSPA, a conciertos fuera de Asturias que nos permitían darnos a conocer fuera de nuestra ciudad, y gracias a él mi formación en el conservatorio de Avilés estuvo guiada por profesores magníficos, generosos y entregados, sin excepción, en cada una de las asignaturas que cursé en los diez años de estudios profesionales. Años después, tras pasar por algunos de los conservatorios más prestigiosos de Europa, me doy cuenta de que sin la formación que tuve en Avilés seguramente no hubiera llegado a ser pianista.

También en mi propia ciudad fui a los primeros conciertos. Fue en la Casa de la Cultura, gracias a la formidable labor que desde hace tantos años realiza la Sociedad Filarmónica Avilesina, trayéndonos a la ciudad músicos de altísimo nivel. Y ¡qué alegría cuando yo pude formar parte por primera vez de esa programación! También recuerdo con mucho cariño la primera vez que fui a la ópera, en este mismo Teatro en el que ahora nos encontramos.

Fuimos cuatro amigos del colegio a escuchar Carmen de Bizet, desde el gallinero, arriba del todo. Estuvimos emocionados de principio a fin, y lloramos a moco tendido cuando mataban a la protagonista. Y qué decir de los conciertos de la Semana de Música Religiosa, que ha sido un referente cultural en España y que para mí era un momento muy ansiado y especial cuando se acercaba la Semana Santa. Sin olvidar el gran apoyo hacia los jóvenes de entidades y asociaciones como el Rotary Club de Avilés o la Sociedad Económica de Amigos del País.

Ojalá que, cuando volvamos a la tan añorada normalidad, podamos disfrutar de nuevo de toda esta actividad, toda esta riquísima vida musical que Avilés posee gracias al trabajo bien hecho de tanta gente, de tantas entidades y, por supuesto, del apoyo e impulso de su ayuntamiento.

Supongo que todo el mundo se siente más o menos orgulloso del lugar donde ha nacido y está convencido de que es el mejor lugar del planeta. Yo particularmente me siento orgullosa de ser de una ciudad en donde se mima la cultura y cuyo ayuntamiento cree en ella y apuesta por ella. El apoyo decidido al conservatorio es un buen ejemplo de ello. O el mero hecho de que se estén llevando a cabo estas fiestas en un año tan complicado.

Necesitamos ayuntamientos valientes como éste que apuesten por la cultura y sepan buscar atajos y recodos para hacerla posible en tiempos difíciles. Ha sido un año devastador, con mucho sufrimiento en el ámbito personal y también en el ámbito laboral en prácticamente todos los sectores. Pero uno de los recursos que más ha ayudado a la gente a sobrellevar este difícil periodo ha sido precisamente la cultura: quién no pasó tardes del confinamiento leyendo, viendo una película o escuchando música.

La música: ¿qué haríamos sin ella?, nos acompaña en los momentos felices, los tristes, nos reconforta cuando la necesitamos... La pandemia no ha hecho más que demostrar que la cultura en general y la música en particular no son algo accesorio o prescindible sino que forman parte esencial de nuestra sociedad. Me gustaría citar al gran etnomusicólogo John Blacking quien en su célebre libro How Musical is Man? (traducido en España como ¿Hay música en el hombre?) aseguraba que en todas las sociedades humanas de todas las épocas sólo hay tres elementos que se dan de manera recurrente y sin excepción: un lenguaje, alguna forma de espiritualidad y música. Ello quiere decir que, en cierto modo, la música es una de las cosas que nos hace humanos, y por lo tanto no podemos renunciar a ella, porque es algo constitutivo de nuestra condición humana.

Me siento afortunada de ser de una ciudad en donde la música –eso que nos humaniza-, se estudia, se cultiva y se apoya de manera especial. Sin ese extraordinario conservatorio municipal, sin las fantásticas programaciones culturales que organizan las entidades y el propio ayuntamiento, hoy yo no estaría aquí. Lo repito: si yo no fuera avilesina, seguramente no sería pianista. Soy una hija y un producto de esta ciudad.

Mirando atrás, tomo consciencia de que, si hubiera crecido en otro lugar, quizás no me dedicaría a la música, o a lo mejor no tendría la base suficiente para ganarme la vida en una disciplina tan competitiva. Es por todo ello que llevo con mucho orgullo y una enorme gratitud el nombre de Avilés en mi currículum.

Ya veis pues que, cuando un ayuntamiento toma la decisión de apoyar un conservatorio puede cambiar literalmente la vida de muchos niños y niñas. Y estoy segura de que esa buena labor sigue dando sus frutos y que de aquí ya están saliendo más generaciones de músicos que seguirán contando con orgullo que se formaron en el conservatorio de Avilés.

No me olvido tampoco de los años en el Instituto núm. 5, un centro que ya en ese momento apostaba por una enseñanza innovadora, basada en el debate y el respeto mutuo, y en el que el aprendizaje era fruto de la curiosidad que los profesores conseguían despertar en los alumnos. Este instituto respetaba las voluntades y vocaciones de su alumnado y, entre otras cosas, agradezco mucho que me facilitaran las cosas cuando tenía que ausentarme algunos días de clase para ir a concursos y cursos de piano en laaaargos viajes en coche con mi padre.

Llevo ya bastantes años fuera de Avilés, desde que a los 17 me marché a estudiar a Madrid. Desde entonces he dado vueltas por muchos lugares y he tocado en multitud de ciudades. Pero siempre aprovecho cualquier excusa que se me presenta para volver a mi Avilés: ya sea para visitar a la familia, dar conciertos o disfrutar de las diferentes fiestas avilesinas.

Así, por ejemplo, una cita que intento no perderme -aunque esté en muy baja forma y me suponga acabar más fatigada que si hubiera tocado la integral de las sonatas de Beethoven- es la San Silvestre. En casa, cada nochevieja no podemos evitar recordar entre carcajadas la primera vez que la corrimos mi hermana y yo. ¿Dicen que las madres de ahora son hiperprotectoras? Eso es que no conocen a las mamás y güeles asturianas de siempre. Como la mía, que en esa primera San Silvestre nos abrigó con múltiples capas de ropa como si fuéramos de expedición al polo norte: cuando llevábamos un minuto corriendo ya estábamos derritiéndonos y mi hermana le brindaba miradas asesinas a mamá cada vez que la carrera pasaba por delante del lugar donde ella nos esperaba con más chaquetas de refuerzo… ¡no fuera ser que las guajas cogieran un catarru!

Y qué decir del descenso de Galiana, que este año lamentablemente tampoco hemos podido disfrutar. O estas fiestas de “El Bollo”, con su tradicional comida en la calle, que tanto extrañamos. Pero no nos desanimemos. Cuando podamos volver a celebrarlas como antes, las disfrutaremos con más alegría que nunca. A buen seguro que cada día estamos más cerca de ello.

No puedo terminar sin reiterar mis agradecimientos. Al Ayuntamiento. Al Conservatorio. A Chema Martínez y a todos mis profesores, con un especial y emocionado recuerdo para Gonzalo Casielles. A la Sociedad Filarmónica de Avilés. Al Rotary Club. A la Sociedad de Amigos del País. A tantos conciudadanos conocidos o anónimos que me han apoyado. Y, evidentemente, a mi familia, que siempre respetó y alentó mi vocación. A todos os digo que es imposible devolveros todo lo que me habéis dado y la única manera que se me ocurre es seguir trabajando con tesón y humildad en esta carrera que sin vosotros no hubiera empezado.

Quien nace o se cría en Avilés, aunque se vaya, nunca se va del todo. Así se siente en la música de nuestro paisano Julián Orbón, que muchos consideramos uno de los mejores compositores españoles de todos los tiempos. Sus obras, tanto las tempranas como las maduras, rezuman nostalgia por ese Avilés que dejó en su juventud. Y cuando interpreto su maravillosa música, en su añoranza no puedo evitar oír el eco de la mía propia.

Avilesinos y avilesines, tantu a los que táis equí como a los que nos táis siguiendo dende casa, deséovos unes prestoses fiestes del Bollu.

Puxa la música. Puxa la cultura. Puxa Avilés.

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