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Alfarería Tradicional de España: la Asturias Alfarera
Centro Municipal de Arte y Exposiciones (CMAE). 16 de marzo a 12 de abril de 2018
Las Jornadas de Alfarería de Avilés, de las que ahora se cumplen diez ediciones, nacieron en el año 2009, justificando su alumbramiento la presentación de las conclusiones de la investigación llevada a cabo sobre la alfarería tradicional en Asturias, centrada en la alfarería negra fabricada en Miranda (Avilés), dirigida por el coordinador de dichas Jornadas.
Las líneas generales de aquella investigación multidisciplinar en la que intervinieron varios arqueólogos responsables de excavaciones en diferentes localizaciones de la comarca -coincidencia que benefició a la investigación, especialmente la excavación en el Palacio de Valdecarzana-, geólogos, historiadores, coleccionistas y otros investigadores especializados en esta rama de la etnografía, pasaron por actualizar la información existente hasta esa fecha sobre la alfarería asturiana -las últimas publicaciones cuentan varias décadas-; realizar un entonces inexistente inventario y catalogación tipológica y difundir los resultados extraídos de la investigación, utilizando para ello un medio novedoso en España en aquel 2009 como fue el formato multimedia interactivo, publicación que lleva por título ALFARERÍA NEGRA DE MIRANDA: tratado didáctico y catalogación tipológica, proyecto patrocinado por el Gobierno del Principado de Asturias y por el Ayuntamiento de Avilés.
Con aquel multimedia se consiguió acercar los contenidos al sector más joven de la población, contribuyendo a ello una reedición patrocinada por el Centro de Profesorado y Recursos de Avilés (CPR) para repartir una importante tirada entre los centros educativos asturianos a modo de herramienta didáctica.
El grueso de aquellas incipientes Jornadas lo supuso la muestra Alfarería Negra de Miranda, una exposición didáctica financiada por Cajastur (Liberbank), entidad que la hizo circular por múltiples salas de Asturias, lo que potenció sobremanera su difusión, cediéndola finalmente al Museo de la Historia Urbana de Avilés para su exhibición temporal entre exposiciones.
Desde entonces, y a lo largo de estas diez ediciones patrocinadas que siempre han contado con el patrocinio del Ayuntamiento de Avilés, han pasado por el Centro Municipal de Arte y Exposiciones (CMAE) un millar de piezas provenientes de cada rincón de España y de diversas antigüedades, algunas con varios siglos de historia grabados en sus paredes de barro, otras únicas e irrepetibles y de un valor incalculable, las más dejaron en evidencia el inagotable ingenio del ser humano para solventar sus necesidades utilizando para ello formas de barro que, vistas hoy, no dejan de sorprender.
Mil piezas que ya no tienen utilidad, al menos no la utilidad para la que fueron creadas, pero que sabiendo interpretar sus huellas, leídas como un documento escrito sobre sus paredes, cada una de ellas cobra un nuevo uso convirtiéndose en archivos de datos con los que se puede interpretar la forma de vida de las gentes de otras épocas, cuáles eran sus ritos y costumbres, sus necesidades y sus miedos, en definitiva, una inestimable conexión con nuestras raíces.
Para conmemorar diez ediciones de un proyecto cultural que nació en Avilés y del que forman parte un público fiel y entendido y un buen número de colaboradores como coleccionistas, investigadores, interesados por la alfarería tradicional, organismos e instituciones relacionadas con el tema, etc., y que gracias a esta gran familia las Jornadas avilesinas se han convertido en un referente en España; en esta ocasión el CMAE agrupa bajo el título de ALFARERÍA TRADICIONAL DE ESPAÑA: la asturias alfarera, lo más representativo del barro asturiano, formas negras representativas de Miranda (Avilés) y Llamas del Mouro (Cangas del Narcea), la alfarería de basto y la esmaltada de Faro (Oviedo) y la preciosa alfarería decorada de El Rayu (Siero).
España es un país de enorme tradición alfarera en la que destaca la comunidad de Asturias y que ocupa un lugar privilegiado en la etnografía nacional. Nuestra alfarería cobra especial relevancia a causa de las notables diferencias formales, de acabados y de técnicas de cocción entre cada núcleo alfarero, cada uno con sus particularidades incluso a nivel nacional, y por ser la alfarería asturiana una de las más antiguas de Europa, con varios siglos de historia.
La exposición ALFARERÍA TRADICIONAL DE ESPAÑA: la asturias alfarera, acerca al espectador un conjunto de manifestaciones artesanales en barro de los más importantes de la Península, cuyas vasijas hoy tienen un nuevo uso: perdida la funcionalidad original por los evidentes cambios sociales toman el valor de documento histórico que nos cuenta aspectos fundamentales de nuestros antepasados y que nos ayudan a entender mejor nuestro origen y a valorarlo adecuadamente.
Las formas alfareras de Miranda, Llamas del Mouro, Faro y El Rayu con sus técnicas y usos y que están tan bien documentadas, se muestran en esta exposición didáctica para darle la oportunidad al espectador de recorrer mil años de historia fabricada en barro, de historia asturiana.
No son tantas las diferencias entre la vida de un pueblo rural asturiano y la de los primeros asentamientos poblacionales. Se mantienen estructuras sociales, modelos arquitectónicos, herramientas, sistemas agrarios, y otros vestigios del pasado. El aislamiento geográfico de Asturias y el apego de los alfareros a las tradiciones, fueron las causas que ralentizaron los avances tecnológicos y culturales de la alfarería asturiana, permaneciendo casi inalterable en cuanto a técnicas de fabricación, acabados decorativos y cocción de sus piezas.
En los albores del Neolítico, el modelado de recipientes cerámicos se realizaba colocando la arcilla sobre una piedra plana o una base cóncava que se hacía girar, a la vez que se estiraba la pared del recipiente pinzándola con los dedos, hasta formar la pieza. Las vasijas, una vez elaboradas, se cocían entre leña en un agujero practicado en el suelo y cubiertas con tierra. Por la precariedad del sistema de cocción se alcanzaba escasa temperatura, aunque suficiente para que las piezas fueran relativamente duraderas. Esto ocurrió mucho antes de que se asentara el primer castro en Asturias.
Con la penetración de los pueblos de las espadas de bronce en el norte de la Península Ibérica, durante el primer milenio a. de C., la cerámica vivió un importante impulso tecnológico. La cultura celta trajo consigo la rueda de mano que permitió fabricar vasijas de paredes más finas y un horno más avanzado con el que se alcanzó mayor temperatura, consolidando la alfarería, al obtenerse piezas mejor cocidas. La decoración consistía en bruñidos, incisiones, puntillados e impresiones cardiales.
Asturias se incorporó a la cultura romana mediante un proceso de adaptación, permaneciendo intactas diferentes estructuras indígenas. La alfarería autóctona convivió con la de uso común romana y la de lujo o Terra Sigillata. Este sincretismo definió la alfarería asturiana desde la época castreña hasta el final del Imperio, desconociéndose el desarrollo que tuvo en el transcurso de la Alta Edad Media. Es a partir de los siglos X y XI cuando se vuelve a tener constancia de actividad a través de piezas completas y restos arqueológicos asociados a distintitos núcleos alfareros de Asturias.
En territorio astur, a lo largo de la historia se han ido estableciendo poblaciones en las que fueron implantándose alfarerías que con el correr de los años se extinguieron, al igual que ocurrió con otros oficios. Este hecho queda constatado mediante transmisión oral, documentación escrita, restos arqueológicos o preciosas piezas enteras o bien conservadas provenientes de estas alfarerías.
Si bien la exposición ALFARERÍA TRADICIONAL DE ESPAÑA: la asturias alfarera, se centra en las cuatro alfarerías principales, que lo son por su singularidad, antigüedad o fuerte implantación, hay que mencionar que en Asturias ha habido múltiples asentamientos con mayor o menor actividad alfarera, fundamentalmente entre los siglos XVIII y XX.
Pueblos y localidades como Valliniello (Avilés), Moire, San Miguel de Quiloño (Castrillón), Villayo (Llanera), Barres (Castropol), diferentes lugares de Cangas de Onís, Granda o Somió (Gijón), Ovio (Llanes), Ceceda (Nava), Miyares de Tornín (Onís), El Sedu (Parres), Bargadeo, La Carabaña, La Corolla, La Fayalunta, El Llanu les Tables, Serpiéu, El Sierru (Piloña), Torazo (Cabranes), Andinas, La Franca, (Ribadedeva), Liñero, Tazones (Villaviciosa), Salas y Grullos (Grado) en la zona central, diferentes parroquias del concejo de Siero además de la alfarería expuesta de Vega de Poja o El Rayu, Villatresmil (Tineo) o en municipios como Navia, Tapia de Casariego o El Franco en el occidente asturiano.
Cabe destacar la alfarería gijonesa de Somió de la que salieron miles de jarras y vasos de sidra de diferentes tamaños y medidas que dieron merecida fama a esta producción que abasteció a los llagares y chigres de todo el territorio astur. En 1908, en el declive de la alfarería asturiana por el efecto de la loza esmaltada y de otros productos de consumo que aventajaron al barro, Primitivo Cuesta García, el Mico, natural de Faro, abandona junto con su mujer y sus cuatro hijos el lugar en busca de mejores oportunidades y se instala en Somió, donde no había la competencia de su lugar de nacimiento, llevando consigo un oficio bien aprendido que desenvolvió sobre la rueda de mano con la que trabajaba en Faro. Como buen alfarero (como fueron y son todos los de Faro), pronto adquirió fama que le acompañó hasta su muerte en 1928.
El torno de pie vino de la mano del alfarero toledano Juan Bravo Velázquez (apodado en Faro como Juan Charabascas), quien fue contratado por Primitivo con la condición de que enseñase a trabajar en este artilugio a su hermano Ricardo, quien entonces contaba con 14 años.
La tipología de este obrador se basó fundamentalmente en las mencionadas jarras de sidra, con perfil faruco y de variada medida, y en miles y miles de macetas para abastecer diferentes ajardinamientos, explotaciones agrarias con viveros de eucaliptos u otras plantas o para el Servicio de Repoblación Forestal. Muestra de ello es la abultada cantidad de 120.000 tiestos que sirvieron con destino a La Toja, y no es menor la de 600.000 macetas para la Forestal, ayudándose de troqueles y moldes de escayola para suministrar en tiempo estos voluminosos pedidos.
Simulando a los principales alfares asturianos, también en Somió se tornearon caños, como los que hicieron Primitivo y su hermano Ricardo para la fábrica de sidra El Gaitero situada en Villaviciosa, a la que hacían llegar estas canalizaciones en carros con cierta frecuencia.
Otras piezas de este alfar además de las nombradas fueron el puchero para la fabada, la jarra de miel, diferentes cazuelas, fuentes, queseras, botías, bacinillas, botijos, botijos trampa, huchas, bebederos para gallinas, remates de tejado, baldosas y juguetería.
El vidriado con el que se esmaltaron los interiores de muchas de estas piezas, sobre todo las destinadas a conservar embutidos u otros alimentos, estaba compuesto por una mezcla de arena, plomo y sal que se fritaba y molía y se aplicaba sobre la pieza cruda, dando una coloración pardo verdosa.
También merece especial mención la alfarería de Ceceda, donde fueron las mujeres las encargadas de elaborar las vasijas utilizando para ello la rueda de mano, pero con características diferentes al resto de ruedas asturianas, ya que ésta era de bolillos, como la de Mota del Cuervo (Cuenca), donde también fueron mujeres las alfareras.
Es Gaspar Melchor de Jovellanos quien describe pormenorizadamente tanto la rueda como la forma de trabajo tras su paso por el lugar, el 6 de agosto de 1791:
«Ceceda situado sobre un monte de peña de figura cónica, inversa, mirando antes de llegar; grande industria de ollería, hecha de barro fino del país de color amarillento; fabrican sólo las mujeres debajo de los hórreos y en las corradas de sus casas, y eran de diferentes edades, así como las vasijas que vi fabricar, de diferentes tamaños. El torno se reduce a una simple rueda formada de dos círculos de tabla colocados horizontalmente uno sobre otro, y sujetos en la inferior por sus circunferencias. Por el centro, penetra un eje apoyado en la parte inferior en un pie llano, sobre el cual se vuelve, y en su cabeza está de firme una tablilla redonda en la cual se coloca la materia o barro que debe recibir la forma en el torno. Esta simple máquina es toda de madera, y su altura será, según me pareció de dos tercias escasas, pues sentadas las mujeres en el suelo, y el torno delante de ellas, trabajan sobre él sin notable elevación de los brazos.
La operación se reduce a mover con la mano izquierda la parte voluble de la máquina, tocando en los bolillos verticales de la rueda horizontal, y luego operar con las dos manos. Parecióme que no todo el vaso salía torneado, y que el vientre de las ollas se formaba con los dedos. Resta saber dónde se saca el barro, qué cantidad de ollas se trabajan al año y dónde se consuene y su producto. Los de Ceceda penetran con sus ollas hasta la montaña donde las cambian a hierros y frutos, y así hacen un comercio doble.»
Por las descripciones de Jovellanos se puede deducir que estas alfareras, con útiles (rueda de bolillos de construcción muy elemental) y formas de trabajo diferentes al resto de lo extendido en Asturias (sistema de urdido), eran foráneas y posiblemente de algún pueblo de Castilla como el mencionado Mota del Cuervo o incluso de Pereruela (Zamora), asentamiento alfarero igualmente femenino, donde las ruedas tienen similitudes constructivas e incluso en el tamaño, de unos 50-55 centímetros de altura como señala Jovellanos con sus dos tercias escasas.
En la obra Historia fabulosa del distinguido caballero Don Pelayo Infanzón de la vega. Quixote de Cantabria, (1792-1800) da un dato sustancial para esta alfarería en cuanto a su fecha más antigua de implantación, ya que en el tomo III de 1800 dice:
-Señor, respondió Mateo, ganando pocu, y eso acasu mal pagado; si yo estuviera medianamente acomodadu, non era Vusté el que me apartaba de Pachona. Eso bien lo sabe ella, y por lo mismo adora en mí la probe.
-No puede menos de tener buenas entrañas tu María Francisca, dixo Don Pelayo.
-Ya se vé que les tien, Señor, respondió Mateo algo enternecido, llástima será que les cómian los gusanos; mas de quatro, piores que les suyes, estarán guardades en algunes Biblioteques.
-Quirotecas, querrás decir, bruto, que no Bibliotecas, dixo Don Pelayo.
-Guardáranles en algunes Peruleres, ó pucheros de cerdeñu, Señor, replicó Mateo.
-En piezas de plata suelen guardarse, Mateo, y no en lo que tú dices, respondió el caballero Don Pelayo, -y aunque disparates tanto, llévolo con gusto, porque entretenemos el camino».
Las notas a pie de página aclaran que Perules son «Vasijas que harán como media arroba; son de barro fuertes, boca estrecha, casi sin asiento, de las que se hace uso para tener aceyte». Con ello está describiendo las peruleras sevillanas, recipientes muy habituales en el comercio entre España y el continente americano entre los siglos XVI y XIX, con apariencia de ánfora, base de apoyo ligeramente apuntada y con la pared acanalada y de coloración clara, denominadas entonces botijas o botijuelas, derivando al vocablo «perulera» por la relación que tuvieron con los «peruleros», vocablo más bien despectivo con el que se conocían a los comerciantes de Perú que llegaban a España vía marítima para abastecerse de mercancías. Estas vasijas se fabricaron en enormes cantidades, lo que unido a su uso como contenedores para transportar por barco aceite, aguardiente u otros líquidos preciados, es frecuente que aparezcan en lugares con puerto donde arribaban las embarcaciones, como es el caso de las poblaciones cantábricas.
En la segunda nota explica la acepción cerdeñu diciendo «Barro negro, de que abunda Ceceda, Lugar de Asturias, no muy lexos de Villaviciosa.»
Madoz en su Diccionario ya anuncia el ocaso de esta curiosa alfarería mencionando sobre Ceceda que cuenta con «...una fábrica de ollas de barro que está en decadencia...».
En las cercanías se han encontrado restos de obra cocida en reducción que podrían pertenecer a esta alfarería femenina aunque todo hace pensar que la producción no pasaba de la cocción habitual en oxidación.
Con suerte, en próximas actuaciones seguirán apareciendo más datos que proporcionen mayor conocimiento de la actividad alfarera en Asturias y nos remonten a los inicios de las alfarerías que componen uno de los pilares de la etnografía astur por el valor documental que suponen, grabado a fuego en las paredes de barro con el que no es difícil interpretar nuestro pasado.
Es imprescindible emprender una investigación multidisciplinar, conjuntada e integral en el territorio, estudiando su geología y geografía, la evolución de la ocupación poblacional y sus costumbres, localizando y valorando estratigráficas de casqueros, llevando a cavo análisis mineralógicos y químicos de composición de arcillas y fragmentos, contextualizando los hallazgos de forma rigurosa, todo ello visto desde el prisma mutifacetal de la alfarería. En definitiva, una metodología científica que trascienda el ámbito amateur y que dé un indispensable paso hacia el campo del rigor, que aclare las incógnitas existentes y enriquezca el discurso histórico de la alfarería tradicional de Asturias.
Aun así, se ha construido un gran trecho de camino, bien cimentado además, por diferentes personas que contribuyeron con su mejor proceder a poner en valor nuestra alfarería y a rescatar del olvido esta parte del saber popular que nos identifica como pueblo y con quienes estamos en deuda todos quienes amamos la alfarería tradicional, al igual que los descendientes de las tribus que poblaron esta bella tierra, tan rica en tradiciones, y que hoy constituimos la nueva sociedad asturiana.
Ahora más que nunca es obligado por las instituciones y poderes políticos, que son quienes tienen la fuerza y los recursos, contribuir con sus decisiones inteligentes y comprometidas a crear o a habilitar un espacio que acoja este bien indiscutible de nuestro patrimonio, donde se muestre al mundo y se garantice su pervivencia, constituyéndose en el centro base de las mencionadas investigaciones, donde se generen actividades y proyectos encaminados a poner luz donde hay penumbra, creando trabajo y riqueza cultural. ¡Apasionante!
Ricardo Fernández
Comisario de la exposición
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